Las castañas una de las cosechas más esperadas en otoño, ya que luego nos reconfortaran durante el invierno. Esta vez visitamos un castañar no muy conocido todavía.
En otra ocasión ya visitamos un castañar relativamente cerca de Madrid y muy famoso, tanto que es una de las citas ineludibles del otoño. Se trata de El Castañar del Tiemblo y que tuvimos la oportunidad de ver cuando empezaba a cambiar de color la hoja.
Pero en esta ocasión nos acercamos a un castañar quizá algo menos conocido, que se encuentra un poco más al sur, en la localidad de El real de San Vicente.
Cuando uno visita un lugar nuevo siempre se siente con el dilema si darlo a conocer, porque luego no todo el mundo que lo visita es tan respetuoso con la naturaleza como debiera ser. En este caso, el desembarco de autobuses con ocasionales visitantes que avasallan todo y que por añadidura dejan sin cosecha a los aldeanos que lo mantienen, ha llevado a tener que vallar las parcelas donde se hayan los mejores ejemplares como nos comentaban en la plaza del pueblo.
No obstante tuvimos la oportunidad de ver algunos árboles centenarios desde el camino que amablemente nos indicaron sus habitantes para que tuviéramos ocasión de disfrutar de los mismos.
Igualmente pudimos tener alegres conversaciones con los agricultores sobre las delicias de la vida campestre frente a las prisas de las ciudades y sobre momentos como el de la recogida de frutos en la estación otoñal, que compensan de todos los cuidados y desvelos que conllevan sus labores durante todo el año.
El tiempo demasiado cálido para la época ha hecho que el cambio de hoja sea más tardío, pero por contra hemos tenido la fortuna de oír el crujido de los frutos al abrirse, liberando las castañas de su espinosa protección, y del sonido que provocaban al chocarse con las ramas en su caída. Le dan un aire de sobrecogedor al bosque, ya que al resonar en el silencio de la espesura se originaba un murmullo casi humano que producía la sensación de que una presencia misteriosa nos acompañaba y guiaba en nuestros pasos.
En la humedad de la penumbra pudimos ver cómo los rayos del sol iluminaban los helechos y las setas que crecían a al abrigo de ellos.
Cuando alcanzamos la cima del puerto pudimos ver a un lado la magnitud del castañar y …
al otro la inmensidad de la llanura que se extiende desde las estribaciones de la serranía de Gredos.
Un rincón junto a la fuente y bajo la sombra refrescante de las hojas de los castaños parecía el lugar ideal para tomar el almuerzo y reponer fuerzas antes de tomar el camino de vuelta a la vida cotidiana de la ciudad.
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Texto y fotografías: © Pablo Torras/www.countrysessions.org