Fotos de un verano terminado (1): Potes, el paraiso artificial.

Después de un verano en el que los fotógrafos de Country Sessions han viajado a diversos lugares del país y del planeta, comenzamos a partir de este mes, una serie de textos con imágenes tomadas en nuestro viajes.

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©Andrés López / countrysessions.org

La primera vez que pisé Asturias, fue hace 16 años. Recuerdo aquel viaje con cariño. La visita a los lagos de Covadonga, donde solo unos pocos «locos» subíamos, las aldeas vacias, los Picos de Europa, Fuentede, y por supuesto Potes, ese pueblo que ejerce geográficamente como entrada a los Picos, y donde, aparte de ser una villa preciosa y típica, ofrecía un paseo agradable, muy cómodo, y con algunas tiendecitas donde las señoras hacían la compra diaria, o ferreterías de herramienta agrícola y ganadera, donde podías encontrar algunos artículos auténticos, como alambiques para destilar orujo, o cubos de aquellos de zinc  de los de toda la vida.

Este pasado Agosto, volví Potes, desde Cantabria. Me apetecía volver a subir a Fuentede, y por supuesto volver a pasear por este bellísimo pueblo montañés. Y me llevé una verdadera desagradable sorpresa. Ya iba avisado por amigos de lo que me iba a encontrar, pero nunca imaginé que fuera de tal calibre. Me encontré una villa totalmente entregada al turismo, y un turismo agresivo y convulsivo, que abarratoba con sus vehículos aparcamientos, calles y rincones. Restaurantes decorados recientemente al uso y tradición artificial que buscan los de la ciudad, callecitas atestadas de miles de visitantes con la cámara digital en mano y comprando convulsibamente  en tiendas de souvenirs, que venden exactamente lo mismo en todas ellas: camisetas hechas en china, productos típicos envasados al vacío que no saben a nada de lo esperado, y todo tipo de regalitos horteras, sin gusto y que da lo mismo haberlos comprado en Asturias, que en Cádiz.

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©Andrés López / countrysessions.org

Si bien es cierto que Asturias tuvo su momento de publicidad por parte del Principado, que no dudo que tuviera su efecto, casi estoy más seguro que fuimos los mismos que descubrimos Asturias hace 16 años (cuando eramos los «raritos» de España,  por elegir la montaña y el fresquito en vez de Gandía y Benidorm, como buen españolito) los que de alguna manera propiciamos, con nuestra publicidad gratuita, que miles de españoles decidieran visitar Asturias, los lagos, Covadonga, Cangas de Onís, Llanes, Potes y Fuentede. Y el resultado ha sido horripilante.

Evidentemente, y con todo mi respeto, las gentes de estos lugares estarán muy contentos, y esperarán con anhelo todos los años el verano de turisteo. De hecho algún comerciante nos confirmó que una buena parte del pueblo ya vive directamente del turismo, y que han abandonado otras actividades, como la ganadería o la agricultura. Esto está muy bien, pero precisamente, si esto sigue progresivamente en escala, posiblemente terminará agotándose. Creo que nunca el turismo debería llegar a masificar de esta manera, porque al final, lo pagamos todos, turistas y autóctonos. Y la realidad es que el turista busca ese mundo rural auténtico que en sus lugares de residencia ha desaparecido o nunca ha existido, como es el caso de las ciudades. Si el mundo rural se entrega al turismo exagerado, abandonando las actividades tradicionales que antes desarrollaba, puede llegar a perder precisamente ese turismo que busca lo que se ha dejado de hacer.

Curiosamente, encontré en Potes la misma ferretería de toda la vida donde hace 16 años me «volví loco» viendo alambiques, cubos de zinc, faroles de minero y navajas de las de toda la vida. Sigue allí, pero ahora forma parte del paisaje turístico.

©Andrés López / countrysessions.org