Siguiendo con nuestro recorrido por el Algarve, esta vez continuamos con las playas (Figueira, Furnas, Zavial, Igrima,…) en dirección a Sagres hasta llegar a la playa de Martinhal al sur del cabo de San Vicente.
Intentando esquivar las playas más concurridas, empezamos nuestro itinerario desde lo alto de las ruinas de una vieja construcción, desde la que podemos divisar sólo una parte del recorrido, ya que los continuos entrantes y salientes de la costa nos impiden verlo en su totalidad.
Es mucho el contraste entre el color amarillento de la arena y el verde de la vegetación.
Ésta última se ha tenido que adaptar a las duras condiciones de salinidad de la mar y del calor abrasador de las horas de sol. Así, algunas veces se defiende creando espinas que impiden la rápida evaporación de agua y le servirán a su vez para no ser comida por el ganado.
Otras veces, bien desarrolla hojas carnosas donde acumular gran cantidad de agua en los terrenos arenosos,
bien, como es en el caso de las pringosas jaras (cistus landanifer), contienen aceite de ládano en sus hojas y le dan un brillo característico a las mismas. Este aceite parece que impide el crecimiento de otras plantas que competirían con ella en los pobres terrenos silíceos donde se desarrolla.
Sus frágiles flores como de papel, llenan el paisaje de innumerables puntos blancos al igual que los copos de nieve. Antiguamente se utilizaban sus hojas como bálsamo y para la perfumería.
Pero volvamos a las solitarias playas sin distraernos mucho con las cuevas naturales o…
con los espectaculares contrafuertes aéreos que parecen sujetar el muro de rocas, ya que las subidas y bajadas de la marea nos pueden producir más de algún susto en forma de remojón, quedándonos aislados entre el mar y los acantilados.
De vez en cuando llega una carretera hasta la misma orilla, lo que da lugar a que se pueda construir allí un chiringuito. Siempre se agradece tomar una cerveza fresquita a la sombra de una terraza a pie de playa.
Hay sitio para todo tipo de actividades playeras, conviviendo los surfistas, el nudismo familiar, los castillos de arena y,…
hasta los más audaces, aprovechan para los más complicados de equilibrismos.
Los últimos tramos del camino son más rocosos y sin darnos cuenta, podemos estar pisando salientes que parecen seguros, pero que no son nada más que inestables balcones escavados por las erosión del mar.
Llegando casi hasta el final podemos ver esta singular hilera de islas inspiradora de miles de leyendas de piratas.
Y por fin, la playa de Martinhal, donde descansamos mientras a lo lejos vemos que una que una gran nube se aproxima y parece engullir la urbanización de casas.
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Texto y fotografías: © Pablo Torras/www.countrysessions.org
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Mil gracias Pablo por estas maravillosas fotos, porque gracias a ellas, los recuerdos de aquellos preciosos paisajes, pueden guardarse en la memoria, aún más bellos.