¿Donde está el límite? ¿Hay que ponerlo?

Desde que en 1994 la noticia de la muerte de Kevin Carter recorrió el mundo, siempre me viene a la memoria los hechos, causas y motivos que llevaron a este fotógrafo a suicidarse por culpa de una fotografía.


©Kevin Carter / reuters

Si bien es conocido que una imagen puede remover conciencias, en el caso de Kevin Carter llevó  a  este fotógrafo a remover la suya propia hasta el punto de terminar suicidandose, algo así como un «auto-castigo» de algo que había hecho muy malo. O eso es lo que parece que ha terminado como «leyenda» de toda esta historia que conmocionó a toda la comunidad mundial de fotógrafos de prensa y reporteros gráficos. Hoy me he acordado de Kevin y su muerte, y gracias a esta maravillosa herramienta global mundial que es Internet, hoy he conseguido recibir información de la dichosa foto y de la vida de este fotógrafo que me ha abierto las posibilidades de creer que, a fin de cuentas, ni las cosas que te cuentan son del todo ciertas, ni todo lo que es cierto, hay que creerlo al pie de la letra.


Kevin Carter

En un artículo muy bueno que publicó el diario El Pais en marzo del 2007, John Carlin, reportero y periodista británico, desmenuzaba la vida de Kevin Carter, al que conocía por coincidir con él en varios conflictos bélicos internacionales, y arrojaba algo de luz a toda esta leyenda negra y la supuesta poca humanidad de un fotógrafo que había antepuesto la consecución de una fotografía de premio, antes que ayudar a la niña moribunda.

Kevin ganó el premio Pulitzer con la maldita foto, y la eterna pregunta ¿qué hiciste por la niña? le persiguió hasta su muerte. Pero algunos que le conocían bien, argumentan que no fue el motivo del suicidio, o por lo menos, no fue el único motivo. Al parecer Kevin Carter era adicto a varias drogas y ya había tenido ganas de morir tiempo atrás. Persona alocada, que arriesgaba al límite en su trabajo, jugándose la vida en muchas ocasiones por conseguir una foto, simplemente en Sudán vió una niña que apoyaba la cabeza en el suelo y en ese momento se posó un buitre a su lado. O eso es lo que hace la cámara cuando te la pones en el rostro: aislarte de la realidad y protegerte del entorno y solo ver lo que quieres ver. Porque la verdad es que para hacer el trabajo que hacía Kevin hay que tener una coraza muy fuerte. Sino, es muy posible que no seas capaz de seguir.

La fotografía, el premio, la persecución de la eterna pregunta, y la muerte de un balazo de un amigo suyo terminaron de hundir al fotógrafo.

La foto es tremenda. Cualquier fotógrafo sabe que solo esa foto puede ser así porque así la vió el autor. Posiblemente ningún fotógrafo más que estuviera en aquel momento en aquel sitio, con la niña y con el buitre, podría haber tomado la misma fotografía. Y estoy seguro que en un sitio como ese, en ese momento, tenía que haber más de un reportero en el lugar, que tendrán fotos muy similares en sus archivos. Pero la parte de obra única que tiene una fotografía fué lo que llevo a Kevin Carter a ganar el Pulitzer. Y yo creo que ese fue su faltal momento. La foto había sido publicada en portada unos meses antes en The New York Times y nada había pasado. Y sin embargo a raiz de convertir la foto en Pulitzer, se echaron encima de Kevin todo tipo de críticas y acusaciones sobre su supuesta falta de humanidad.

Como reportero gráfico creo que es una obligación contar al mundo con tus imágenes lo que pasa, lo que ocurre en el mundo, y en los casos como el de Sudan, Sarajevo, Irak, Palestina, mostrar toda la realidad y dureza de los acontecimientos para aportar algo, un ejemplo de lo que no puede volver a pasar. Estoy seguro que el exterminio nazi no hubiera llegado a los límites que llegó, si en aquellos tiempos hubiera existido un poder mediático como el que tenemos ahora. De hecho, esta fotografía me ha hecho recordar otras, muy famosas -de hecho han pasado a la historia de la fotografía- de cosas semejantes. Y sin embargo no tuvieron ni la mitad de polémica que la desgraciada toma de Kevin Carter. Por ejemplo «Las ejecuciones de Dhaka» de Cristian Simonpietri.


©Cristian Simonpietri / Gamma

Esta fotografía fue tomada en 1970, cuando el ejercito bengalí libera Dhaka y en un acto de celebración en un estadio deportivo, los militares asesinan y torturan cruelmente a civiles a punta de bayoneta, ante un enfervorizado público que alienta la matanza y con cinco fotógrafos internacionales presenciando todo ese infierno. Según las declaraciones de Cristian Simonpietri años después, reconoció que lo vivido allí le ha perseguido toda su vida y que cada vez que ve alguna de esas fotos que tomó, todavía recuerda perfectamente los gritos de los desgraciados que fueron ejecutados. Pero Simonpietri reconoce que hay que hacer la foto, pues la función de un fotoperiodista es testimoniar, aunque para ello tengas que cargar toda tu vida con esos horribles recuerdos.

Sin embargo, junto con Simonpietri también estaba allí Marc Riboud de Magnum, y este fué el único de los cinco fotógrafos que no hizo fotos de la masacre. En una entrevista años después, declaró:

«Muchas veces, los fotógrafos se dejan arrastrar por fascinaciones repentinas; otras veces, la náusea los paraliza. No lo pude soportar físicamente. No fue un reflejo moral o ético lo que me frenó, sino la vista de la sangre que brotaba de los ojos de los torturados. Además, creo que la presencia de las cámaras a menudo excita a los verdugos. Por eso, si volviera a tener la oportunidad, hoy tampoco haría la foto. También es cierto que, gracias a esta foto, Indira Gandhi, como ella mismo me confesó un poco más tarde, ordenó que cesaran las atrocidades. Ahí se ve la ambigüedad de las situaciones extremas«.

Otra fotografía terrible que se tomó hace ya casi 40 años es la del niño albino de Biafra, de Don McCullin. Según el propio autor reconocería más tarde, la imagen le ha perseguido durante toda su vida en la conciencia. Como tantos reporteros de guerra, tenía verdadera «dependencia» del riesgo extremo, de las situaciones límite, y esto le llevó hasta Nigeria en 1967 cuando una región de este país pretende independizarse como República de Biafra. El gobierno nigeriano entre las medidas que toma no se le ocurre otra cosa que hacer un bloqueo de alimentos a toda la región y así comienza una de las hambrunas más terribles de la historia de la humanidad.


©Don McCullin

Junto al niño albino, agonizaban ochocientos huérfanos de guerra, y la revista Sunday Times Magazine publicó la fotografía. La imagen es tremenda, no solo por la mirada del niño, sino por todo lo que muestra, incluido la terrible desgracia de ser albino en África. Pero nadie cuestionó a Don McCullin por lo que podía haber hecho por el niño. De hecho Don es un fotógrafo histórico del que casi cualquier fotógrafo del mundo posee en su biblioteca un libro con su trabajo y la foto al ser publicada, conmovió a Bernard Kouchner que funda a continuación Médicos sin Fronteras. Según Bernard «esta foto marca el inicio de una connivencia entre la información y la medicina, sin la cual toda acción humanitaria está condenada al fracaso».

Más recientemente, National Geographic publicaba en 1981 una fotografía de William Albert Allard de un niño pastor peruano que llora despereradamente porque un coche se había llevado por delante a seis de sus ovejas y se había dado a la fuga.


©William Albert Allard / National Geographic

La fotografía se publicó en la conocida revista y de forma extraordinaria y espontánea empezaron a llegar donaciones de particulares a la  sede de la Sociedad, hasta un total de 7000 dólares para que el pobre niño, tan bien retratado por Allard, pudiera comprar más ovejas. El propio fotógrafo en una entrevista declaró:

«Se que mis fotos han entretenido a la gente a lo largo de los años. Pero ésta ayudó realmente a alguien, y eso me marcó. Como fotógrafos, siempre estamos tomando fotos. Con ésta tuve la oportunidad de devolver»

Y digo yo, ¿nadie preguntó ni recriminó a Allard si después de tomar la foto dió la calderilla que seguro llevaba en el bolsillo de su pantalón para que comprase otras seis ovejas? porque seguro que en Perú, en 1981, comprar 6 ovejas para un señor blanco de National Geographic, era cuestión de calderilla. Esto no se si pudo ser así o no, ni el autor ni la Sociedad han hecho nunca declaración alguna sobre esto, pero la foto removió conciencias de todo un país por valor de siete mil dólares, que para el marketing vienen muy bien. Lo que si es cierto es que de nuevo una imagen triste, dura, mostró la realidad de un país, en este caso de Sudamérica, en el que un pobre niño en vez de estar estudiando en el cole, estaba trabajando de pastor y a buen seguro aquel día se llevó una paliza monumental por parte de su padre o jefe por aparecer con seis ovejas menos. Creo que lo que menos importa es si los miles de dólares de donaciones anónimas llegaron al niño o no, sino que conocer esta situación tan éxtrema y límite es gracias a que un fotógrafo estuvo allí en aquel momento y supo captar las lágrimas de aquel crío.

¿Ponemos límite a lo que hacemos con una cámara fotográfica? Realmente es un conflicto interno de cualquier fotógrafo y solo uno mismo sabe hasta donde es capaz de llegar. o soportar. Pero lo que está claro es que el buitre de la fotografía de Kevin Carter bajó del cielo al olor de la muerte, pero por lo visto no era el de la niña.

©Andrés López / countrysessions.org