La situación del pequeño pueblo de Villalangua es envidiable. Desde sus casas tienen la magnífica vista de un fenómeno natural que nos muestra las entrañas de la Tierra.
Desde las terrazas y calles del pueblo podemos contemplar una muralla de piedras que protege el bosque de un pequeño valle. Sobre él que se abre paso el agua de una cascada a modo de la gran puerta de un Castillo y traza sobre su base un camino en zigzag como si se tratase de la portada de un cuento de hadas que promete grandes aventuras.
Según nos vamos acercando, vamos empequeñeciendo ante la magnitud de la muralla de piedras que parece abalanzarse sobre nosotros como dos grandes gigantes contra los que sin duda alguna Don Quijote arremetería por su aspecto desafiante.
Sin embargo la maraña de arbustos y árboles que hay en su base parece querer proteger el secreto que alberga en su recinto, y sólo el sonido revelador del agua nos indica el camino. Una vez dentro, nos vemos envueltos por un circo de piedras que parece un anfiteatro romano cuyos habitantes de las gradas no son otros que los árboles que se asientan a diferentes alturas.
Es inevitable la tentación de mirar hacia atrás según vamos ascendiendo para comprobar las vistas del amplio horizonte que se va recortando cada vez más por el desfiladero de piedras.
Si éste no nos pareciera suficiente, no encontramos con otra doble muralla que nos encajona aún más si cabe. Todo ello no es sino el fruto del pliegue de sucesivos sedimentos de distintas densidades que se fueron formando y que la Tierra retorció caprichosamente como si fuera un dios más del Olimpo. Con ello nos quiere recordar que por mucho que nos empeñemos nos encontramos a su merced y que debemos poner en su sitio nuestras aparentemente “grandes” preocupaciones de los quehaceres diarios.
No en vano al final del recorrido se encuentra, naciendo de las entrañas de la Tierra, la siempre eterna fuente de la vida que es el agua.
Junto a ella una pequeña ermita.
En otros tiempos sería el espacio de reunión y contemplación del pueblo en la alegre romería que renovaba cada año el pacto con la Madre Naturaleza cuando la primavera hacía su aparición y se divisaba tras sus ventanas.
Texto y fotografías: © Pablo Torras/www.countrysessions.org