Este
pretendía ser un pequeño reportaje orientativo para quienes
dispongan de una semana de tiempo y quieran aprovecharla visitando un
pequeño país que merece la pena conocer. No obstante,
los acontecimientos que vienen ocurriendo en el Líbano desde
cuatro semanas antes de la publicación de este reportaje no permiten
actualmente la visita a este precioso país, y desde luego quienes
lo visiten durante los años venideros no encontrarán el
mismo lugar que mi mujer y yo pudimos ver y disfrutar.
LÍBANO:
un pequeño gran país
Lo más llamativo del Líbano es la gran
mezcolanza de culturas en un territorio tan pequeño: varias religiones
– mayoritariamente el Islam y el Cristianismo, aunque no únicamente
– conviven sin problemas: los grupos de amigos en edad adolescente
incluyen chicas con el pelo y hombros cubiertos con un pañuelo
junto y otras que visten atrevidamente, unos que beben alcohol y otros
que no, unos que viven en unos barrios y otros que viven en otros de
muy diferente nivel, etc...
Junto a la zona céntrica de Beirut recientemente
reconstruida está la “mezquita de Hariri”, como popularmente
se la conoce, erigida en honor a Rafik Hariri, el Primer Ministro libanés
asesinado en un atentado en 2005 y artífice del resurgir económico
del país en los últimos años
El Líbano es muy conocido por ser uno de los
mejores lugares para seguir el rastro de las antiguas civilizaciones
mediterráneas: romanos, fenicios y otros pueblos dejaron su
huella en este país, en lugares tan visitados como las ruinas
de Anjaar y Baalbek, en el Valle de la Bekaa, al este del país.
Los paisajes del Líbano son variados, a pesar
de ser un país tan pequeño que en tan sólo una
semana puede recorrerse en su práctica totalidad: a pocos kilómetros
de parajes litorales mediterráneos con llamativos atardeceres
es posible encontrar paisajes de alta montaña, refugio de las
últimas pequeñas poblaciones del símbolo nacional:
el Cedro del Líbano. En el primer caso no hay que alejarse
mucho de Beirut: en el paseo marino de la propia capital se puede
disfrutar uno de los atardeceres más llamativos del país,
ante el que es habitual ver a los recién casados inmortalizando
tan especial día: se trata del “Rauche” de Beirut.
En el segundo caso podremos disfrutar de paisajes de alta montaña,
cubiertos de nieve en invierno y aún con algunas manchas de
nieves perpetuas en verano. Son montañas
antaño
totalmente cubiertas de extensos bosques de cedros, hoy prácticamente
desaparecidos por su explotación a lo largo de los siglos, especialmente
para la construcción de barcos. Se trata de una zona montañosa
habitada mayoritariamente por cristianos Maronitas.
A
pesar de sus llamativos paisajes y su apasionante pasado histórico,
lo que más llama la atención del Líbano es su gente:
se trata de gente amable, cercana y sencilla, siempre con una sonrisa
para el visitante. Unos chicos posaron encantados para mí mientras
el mayor fumaba de su Narguile, frente al paseo marino de Trípoli,
donde otros chicos pescaban al atardecer.
Los libaneses son gente de llamativas costumbres folklóricas,
como la danza del vientre, y también respetuosos con su religión,
como el fiel que rezaba en el interior de la Gran Mezquita de Sidón
y que me permitió fotografiarle en tan íntimo momento.
Fue
a las puertas de esta mezquita donde mi mujer y yo pasamos un inolvidable
rato jugando y riéndonos con un grupo de al menos 20 niños
que se empeñaban en que les capturara con mi cámara una
y otra vez, y luego les dejara verse en la pantalla trasera de la misma
estallando en risas todas y cada una de las veces que se veían,
divertidos, maravillados y sorprendidos al mismo tiempo,
mientras sus padres o abuelos les observaban y se esforzaban en que
“no nos molestaran”. Desde que pocas semanas después
de nuestra visita comenzaran los ataques israelíes sobre territorio
libanés, no puedo dejar de pensar que esta niña que fotografié
parece estar pidiendo el fin de la guerra...
DAMASCO:
un mundo diferente a un paso de Beirut
No es nada difícil
trasladarse desde Beirut, en el Líbano, hasta la capital de
la vecina Siria: Damasco. Sólo hay que dirigirse a la estación
de autobuses de Beirut y decir a cualquier taxista que quieres ir
a Damasco. En menos de media hora se habrán completado las
plazas del taxi y estás en camino. Se trata de un trayecto
de unas tres a cuatro horas, dependiendo de la duración de
los trámites en el paso fronterizo entre los países,
en los cuales el taxista suele prestar su ayuda desinteresada.
Al llegar a Damasco
se aprecia que estamos ahora en un país menos desarrollado
y definitivamente mucho menos abierto al mundo “occidental”.
Aquí la población es casi totalmente islámica,
y no se aprecia la mezcolanza cultural y racial que hay en el Líbano
y especialmente en Beirut. Merece la pena dedicar uno o dos días
a perderse por las callejuelas del viejo Damasco, buscando en su zoco
oportunidades para regatear y, siempre que sea posible, charlando
con su gente, siempre curiosos ante los extranjeros y deseosos de
entablar relación con ellos. Recomiendo especialmente pararse
a disfrutar de un
zumo natural
de naranja en cualquier zumería de una de las callejuelas del
zoco, y tomar un helado artesanal – mientras se observa cómo
los preparan – en la heladería Bakdash, que no nos costará
trabajo encontrar en la calle techada Al Hamidiyeh, en el límite
sur de la Ciudadela.
Y desde luego no hay que dejar de visitar la Gran Mezquita Omeya
de Damasco, en el corazón de la vieja ciudad. Ante su puerta
oeste – por la que no pueden acceder los extranjeros (hay que
entrar por otra más pequeña, algo más al norte)
– suele haber gente alimentando a las palomas y niños
que juegan a asustarlas y hacerlas volar. Las mujeres serán
“invitadas” a ponerse una túnica
que les cubrirá la totalidad del cuerpo. Una vez dentro de la
nave principal de la mezquita nos sobrecogerá su altura y ver
a los fieles orando, o descansando por doquier tras una fatigosa peregrinación
a este santo lugar. Nosotros tuvimos la ocasión de charlar, en
un francés e inglés “chapurreados”, con una
familia que había venido desde la ciudad siria de Alepo, y con
otra que había llegado desde la vecina Jordania, quienes incluso
nos invitaron a tomar un té con ellos en su hotel.
Líbano y una pequeña escapada a Damasco
eran una buena opción para quién dispusiera de entre una
semana y diez días para hacer un pequeño viaje exótico.
Ahora, lamentablemente, no lo son tanto.