LA BRETAÑA FRANCESA

Texto © Pablo S. Torras
Fotografías © Country Sessions

En el viaje a la Bretaña francesa hemos ido acompañados por los niños, y en cierta forma nos hizo a todos volver a nuestra infancia, porque ha sido como visitar el país de Nunca Jamás de Peter Pan. En él pudimos encontrar todo tipo de aventuras y personajes fantásticos.

En la costa tuvimos la oportunidad de ver diversos tipos de faros, como el de Eckmül o Treviez famosos por su magnitud. El de Morbihan destaca por el color rosado de las piedras de su costa cuyas caprichosas formas sugerían todo tipo de imágenes fantasiosas. En el faro de  Le Conquet  a modo de las antiguas sirenas vimos juguetones delfines o perezosas focas que parecían saludarnos a nuestro paso. Finalmente, estaba el faro de St. Mathieu que al estar construido junto a una catedral semiderruida, se transformó de guía de la cristiandad en guía de los marineros.

La costa además, nos ofreció puertos-fortaleza como Concarneau  o el ahora pueblo de  pescadores de Le Conquet, donde son múltiples las leyendas de Corsarios y donde los niños pudieron jugar con los cañones ya inutilizados o fantasear con los actores e imágenes de piratas que encontraban a su paso. Hoy esos puertos nos ofrecen el múltiple colorido de los barcos y de artes de pesca,  y el delicioso turismo gastronómico del marisco. Caso aparte el castillo-abadía de St. Michael que impresiona cuando sube la marea y lo rodea con sus aguas.

Otro tipo de turismo costero es el  deportivo, donde vimos surcar con el viento los catamaranes y a golpe de remo los kayak. Pero lo más llamativo fue el turismo ecológico, en el que gracias a la colonia de alcatraces, cormoranes, charranes,  gaviotas, etc., y de sus evoluciones en el aire nos recordaron la historia de Juan Salvador Gaviota y su esfuerzo por dominar las leyes del vuelo. Tuvieron su reflejo en las colchonetas elásticas de la playa, donde la chiquillería con sus saltos increíbles emulaban a la mismísima Campanilla de Peter Pan.

Ya tierra adentro estaba el  bosque de Huelgoat poblado de todo tipo de personajes misteriosos como gnomos, hadas y  náyades de los lagos y ríos. Pero especial significación tiene el bosque de Broceland. En él tiene lugar la leyenda del Rey Arturo y los caballeros de la tabla redonda con su ideal de construir un mundo donde los caballeros defendían con su honor la justicia para los más débiles, buscaban el Santo Grial y trataban con poderosos magos como Morgana o Merlín. En la sencilla tumba de Merlín todavía florecen los mensajes de los peregrinos deseando que con la magia de todos cada día sea el mundo mejor.

Por si fuera poco, en los bosques nos encontramos de repente con un enorme Menhir como el de de l´Etoile que haría las delicias de Obélix a quién tuvimos la ocasión de ver repartir pollos en el mercado a falta de jabalíes para todos. No son extraños todo tipo de Dólmenes en el bosque, y son especialmente espectaculares las alineaciones de Carnac.

La campiña y pueblos de Bretaña no se quedaron atrás. Los campos cultivados nos deleitaron con magníficas puestas de Sol en medio de tormentas de verano que hacían surgir el Arco Iris en todo su esplendor. En los pueblos  como Quintín o Gingamp tenemos un ejemplo del culto a la estética de las casas, con sus vigas y contraventanas de madera, sus tejados ondulantes, la hiedra subiendo por paredes de casas e iglesias, y los balcones llenos de flores que atraían a todo tipo de insectos exóticos. Cuando nos perdíamos en los miles de detalles de las casas al ir callejeando por Gingamp, nos encontramos con la sorpresa de un festival de hermanamiento celta que originaba una algarabía producto de la ruidosa banda de gaitas y tambores Escoceses, y de los alegres bailes de la agrupación asturiana, que era la envidia de todos los espectadores al ver cómo disfrutaban con sus pases.

No podemos olvidar  tampoco las ermitas, iglesias y catedrales de la zona. La ermita abandonada de Lavenagen, al estar sin techo parece ofrecer el culto al Universo y la Naturaleza que hubiese podido inspirar al teólogo francés Teilhard de Chardin. La  ermita de Sta. Bárbara, que no se ve hasta que te asomas al precipicio a cuyos pies está construida. En las cristaleras de las iglesias de Broceland, se reflejan la historia y emblemas de los caballeros del Rey Arturo y la catedral de Gingamp está precedida de las banderas y escudos de Bretaña.

En las catedrales del gótico francés tuvieron el acierto de conservar el espíritu inicial con el que fueron construidas. Para elevar la mirada al cielo crearon un bosque de columnas iluminadas por el juego de luces de las ventanas, que no fue interrumpido como en España, por los coros barrocos posteriores.

Respecto a las imágenes de los templos, pudimos ver desde ingenuas esculturas que con dos trazos nos mostraban la maternidad de la virgen María o  las gárgolas y monstruos medievales, hasta barrocas imágenes policromadas o de ángeles custodios trompeta en mano. La vuelta a la realidad la dieron los monumentos de todas las iglesias a los caídos en la Gran Guerra Europea,  que nos recordaron que las mejores armas son las de la razón y el diálogo.