LA RUTA DEL CARES

Texto © Pablo S. Torras
Fotografías © Country Sessions

Fue creada a principios de siglo para el aprovechamiento hidroeléctrico del desnivel de agua en la entre Caín y Poncebos. Es una obra de ingeniería, que emula a los antiguos acueductos romanos o a los canales de riego árabes de la península ibérica y se convierte en una obra de arte que se integra en la naturaleza.

Este camino del canal de mantenimiento del río discurre paralelo al mismo y nos ofrece, desde un lugar privilegiado, el gran espectáculo de la conjunción de agua y piedra. Comenzamos en Caín y el día promete porque no se ven grandes nubes en el cielo. Junto a la posada, el camino empieza separarse del río e inicia una subida desde la presa por cuyos túneles laterales avanzamos  asomándonos a las balconadas. Éstas nos permiten ver desde la umbría cómo cae el agua sobre los musgos y plantas, dándoles el aspecto del pelo mojado que tiene el duende de la montaña al salir de su baño matinal. Comienza  la diversión para el fotógrafo, que al intentar reflejar lo que ve, observa que el contraste de luces es tan fuerte que tendrá que jugar con él. Unas veces se centrará en las zonas soleadas, otras en las zonas de sombra y, en la mayoría, tendrá que combinar ambas buscando los contraluces que siluetean las montañas.

No es un lugar para bicicletas, no porque sus desniveles sean muy fuertes, ya que un vez alcanza determinada altitud se convierte en un llanear entre pequeñas subidas y bajadas y es apta para todas las edades, sino porque las vistas son tales que apetece disfrutar de sus casi 12 km a pequeños sorbos.

Asturias no tiene grandes alturas como las cadenas de montañosas de los Alpes, las Rocosas o el Himalaya, pero las diferencias de 2000 metros entre los picos y los caminos que están casi a nivel del mar, nos hacen pensar  en cómo es posible que haya tanta vida vegetal en sus paredes, casi lisas, en los árboles en flor que crecen en ellas y que sin duda inspiran a los creadores del arte Zen oriental. Si diriges la mirada hacia arriba, parece que los picos de las montañas se te vienen encima y que te quieren atrapar como en las películas animadas de Walt Disney. El caminante se imagina la fuerza de la presión que retorcería las montañas en pliegues quebrándolas unas encima de otras en épocas pasadas.

El resultado es  una sucesión de picos con diferentes tonalidades de sombras que como un mar de olas se acercan y se alejan según vamos avanzando. Unas veces sólo podemos ver la frondosidad de la capa vegetal, que no sabemos si es la resultante del agua o si es ésta misma cubierta vegetal es la que origina este río que parte en dos la gran masa montañosa y a la que el hombre sólo puede añadir unos pequeños puentes de paso. Otras veces veremos saltos de agua desde las grandes alturas que compiten en velocidad con otros pequeños saltos de roca en roca que, como una varita mágica, hacen brotar los helechos a su paso.

Hacia la mitad del recorrido, el camino discurre casi horizontal y saliendo de las entrañas de la roca aparece el canal de agua, transparente, refrescante y sólo adquiere una tonalidad verde desde lejos, porque es un fiel reflejo del valle. El Sol está ya en lo alto y sólo en este momento es capaz de llegar hasta el fondo del río. Aun así cuando comparamos las fotos de unos y otros del grupo, que nos habíamos ido distanciando ligeramente, comprobamos cómo el bosque de cumbres nos ha gastado una broma pasando las sombras de un sitio a otro.

En el último tramo, en lo alto de una pequeña pendiente, encontramos una roca sobresaliendo en el camino con una forma similar al Roque Chinchado del Teide, pero  coronada por un árbol. Por un momento empezarías a lamentarte del calor pasado, pero en seguida piensas en la suerte que has tenido porque la niebla del día siguiente lo cubría todo, escondiendo bajo su manto protector de humedad, el tesoro oculto de la montaña.