LAS GRULLAS DE GALLOCANTA

Texto ©Pablo S. Torras
Fotografías ©Country Sessions

La Laguna de Gallocanta (Teruel) es una de las paradas obligatorias donde se reagrupan de 40.000 a 60.000 grullas en su peregrinar hacia climas más adecuados cunado se producen los cambios de estaciones más frías a más cálidas o viceversa.

Pero Gallocanta es algo más que un grupo de grullas. Nuevamente podemos comprobar el principio de la entropía que dice que el “todo” es diferente de la suma de las “partes” y se convierte en un organismo nuevo. Además, veremos también que el hombre ha intentado imitar estos comportamientos tan eficaces.

Las grullas en grupo, a diferencia de cuando las vemos volar individualmente, se nos antojan como un océano cuyas mareas irrumpen con fuerza en los campos y lagunas de los alrededores de la zona.  Con cada oleada que se acerca observamos cómo se abren paso ante la resistencia del aire con sus formaciones a modo de punta de lanza. Formaciones que son imitadas por las escuadras aéreas militares, y sus despliegues en abanico han servido de ejemplo a los corredores ciclistas en su afán por ofrecer la menor resistencia posible al viento. Es como si un  mago ilusionista arrastrara las aves hacia un lado u otro, igual que su mazo de cartas que lleva alternativamente en cascada de una mano a otra, de izquierda a derecha y vuelta a empezar una y otra vez.

Estas similitudes de la actividad humana con las aves no terminan en el aire, ya que cuando llegan a tierra no lo hacen de golpe. Mandan unos exploradores y el grupo de grullas se comporta como un niño que se acerca tímidamente al agua. Primero introduce temerosamente un pie, calibra las sensaciones, protesta ante la sensación desconocida y nueva, luego mete otro pie, vuelve a evaluar la situación y ya finalmente, sin reservas, pone el grito al cielo y llama a los demás. El resto del “cuerpo” de grullas entra en pleno, alegres y bulliciosas. En sucesivas oleadas van haciendo vuelos rasantes como si estuvieran en la pista de aterrizaje de un gran portaaviones, o se dejan caer con las patas desplegadas flotando en el aire como si fueran un parapente. Realmente el hombre ha aprendido muchas cosas del vuelo de las aves.

Una vez en tierra el espectáculo continúa. Ésta vez sólo para unos pocos privilegiados. Unos locos por la aventura y que para no molestar a las grullas, no les importa el frío y los huesos entumecidos por tener que entrar en hides (escondites) antes del amanecer, y salir de ellos poco después del anochecer. Sí, es un trabajo como los de antes, de Sol a Sol, pero la diferencia es que la compensación no hay dinero que la pueda pagar.

Las primeras grullas temerosas aún comen en grupos y se parecen a la diosa Shiva, que al estar una detrás de otra, parecen una sola grulla de múltiples cabezas que sobresalen de un solo cuerpo. Mientras una cabeza come, las otras dos miran cada una hacia un lado distinto. También observamos un lío tal de patas y cabezas picoteando en el mismo sitio que no sabemos cómo no llegan a enredarse entre ellas.

Pero una vez lanzada la llamada a las otras grullas y saciada el hambre, vienen las luchas territoriales de los machos. Y es donde nuevamente volvemos a comprobar todo lo que ha aprendido el hombre de los animales. Empiezan los rituales con una “orquesta” que trompetea a modo de aviso a las demás de que el “ballet” va a empezar. En cada cultura se representa este baile de manera diferente, bien serán los saltos hacia arriba de los Masais, bien las danzas sioux alrededor del fuego con sus capas a modo de alas,  bien los gestos estudiados de las artes marciales orientales, o bien el paso a dos del ya mencionado  ballet clásico. Todas las danzas tienen algo en común. La admiración por las aves y la liberación, aunque sólo sea por un breve estado de tiempo, de las cadenas de la ley de la gravedad que atan al hombre a la tierra.

Llega el atardecer, es el momento del reposo, podemos verlas tranquilamente tumbadas en la hierba, a orillas del lago, donde sobresalen sólo sus cuellos estilizados. Esos mismo cuellos que se retuercen en formas imposibles para llegar a todas y cada una sus plumas, y que no ofrezcan ninguna resistencia al viento. Una vez acicalados los machos de esta manera, sus plumas grisáceas adquieren un aire sobrio, estilizado y elegante, cuya única nota de color son sus distintivos rojo y blanco en la cabeza.

Con las últimas luces empieza otra vez la actividad y las grullas que han estado alimentándose en los campos de los  aledaños, regresan a la laguna a dormir. Comienzan de nuevo el oleaje de las bandadas y la pista de aterrizaje con  el fondo de los pueblos del Berrueco y Bello reflejados en la laguna. Eso sí, de vez en cuando vemos las grullas vigías al borde de la pista controlando que todo marcha sobre el plan previsto y que no hay ningún peligro en los alrededores.

El Sol va cayendo y algunos machos tienen la mirada perdida en el Astro Rey. Parecen pensar, “El cielo está rojo.  Mañana hará buen tiempo y podremos reanudar el vuelo hacia el Norte”.

Sí, realmente Gallocanta es algo más que un montón de grullas.