OTOÑO EN URBASA

Texto © Pablo S. Torras
Fotografías © Country Sessions

La etiología de la palabra UR-BASA  viene de UR (agua) y BASA (monte bajo), aunque si hemos de ser más exactos y nos situamos en el centro de la sierra, lo que más la caracteriza  a “primera vista” es la humedad ambiente más que su manifestación en estado líquido. Sin embargo esta humedad es la fuente de todos los ríos que la circundan, tanto por el subsuelo como por la superficie. Como muestra, el bellísimo ejemplo del nacimiento del Urederra, valga la redundancia, ya que su significado es  UR (agua) EDERRA (hermosa).

Y, es que Urbasa es como una gigantesca esponja de roca caliza que absorbe la humedad proveniente de la vertiente cantábrica y la rezuma por todos los poros dando origen a sus manifestaciones más características:

Una Meseta-pradera, que inclinada hacia el cielo, termina abruptamente en un desfiladero que deja al descubierto todos los estratos de la tierra. Es causa de todo tipo de fuentes y ríos.

El Hayedo como árbol emblemático frente a las encinas de las serranías con las que limita por el sur. Los montes de Urbasa son un muro de árboles y plantas que sirven de transición entre el clima atlántico y el mediterráneo y albergan toda la rica fauna de ambos.

El paisaje kárstico lleno de torcas, simas, sumideros y cuevas, acrecentados por la respiración de las plantas, las cuales producen en sus raíces el CO2 y agua necesarios para descomponer la caliza del suelo.

Hasta aquí la explicación de por qué se produce este Parque Natural, pero hay algo más. Cuando llega el otoño, los verdes prados en los que pasta el ganado y de cuya leche salen deliciosos quesos, se ven rodeados y adornados por colores de las copas de las hayas, que van del rojo al amarillo, y del color ocre de sus hojas caídas sobre el suelo.

Con el frío la niebla baja, apenas se puede ver, y el bosque toma un aspecto fantasmal.  Sobre las hojas y rocas del suelo, sólo destaca el verde de los helechos y del musgo de las extensas raíces de los árboles, que parecen aferrarse a  la tierra en su búsqueda desesperada por el agua. Los montones de rocas a su vez parecen precipitarse sobre los agujeros de la tierra, produciendo pequeñas cuevas y desfiladeros propensos a las emboscadas. Uno tiene la sensación de que no está solo, de que alguien le está observado, de que la aventura avanza con la niebla. No en vano el hayedo recibe el nombre de “El Bosque Embrujado”

Los pocos rayos de sol que consiguen atravesar las ramas deforman las figuras de los árboles y en seguida nos  vienen a la memoria las historias de las lamias, mitad mujer y mitad animal, seducción y pasión, o de los iratxoak, duendes de los helechos, que nos sacan de la rutina cotidiana. El caminante quiere convertirse inmediatamente en Wendy o en Peter Pan y vivir en la guarida que se oculta bajo las raíces de un gigantesco árbol.

Por su parte, la gran variedad de setas, con formas y colores increíbles, ayudan también a estimular la imaginación y sumergirnos con Lewis Carroll (acompañados de conejos, orugas, ardillas, tritones, ranas, etc.) en los mundos subterráneos de los juegos paradójicos del gran maestro del silogismo y las matemáticas que demostró ser.

Finalmente, llega el amanecer. Remontamos el vuelo sobre el imponente circo del Balcón de Pilatos en el Urederra.  Seguimos las térmicas que los buitres nos marcan silueteados en el horizonte entre los azules de la sierra y las luces cálidas del sol.