EL PARQUE NACIONAL DE CABAÑEROS

Texto ©Pablo S. Torras
Fotografías ©Country Sessions

Cuando Jorge Guzmán, al cual tuvimos el placer de tener como Fotógrafo Invitado en la Salida a Alfaro, nos avisó que tenía unos permisos para visitar Cabañeros en plena época de berrea, no nos lo podíamos creer. Si bien Cabañeros tiene otros encantos, como veremos más adelante, es en época de berrea cuando se pueden observar los grandes machos de los ciervos en todo su esplendor.

Cabañeros fue declarado Parque Natural en 1988 y Parque Nacional en 1995, después de grandes polémicas y movilizaciones para que no se convirtiera en campo de tiro militar. Enclavado en plenos Montes de Toledo, su explotación para los usos tradicionales como el descorche de los alcornocales, el carboneo vegetal, la agricultura, la ganadería y la caza, podría pasar desapercibido a cualquiera que no fuera de la zona. Pero es cuando llegas a visitarlo, que reconoces por qué es llamado el Serengeti español. La gran explanada central o raña, rodeada de montes, alberga 1000 especies de plantas, 200 de aves y 45 de mamíferos. Entre las aves hay que destacar los escasos águilas imperiales, buitres y cigüeñas negras.

 La raña en ésta época tiene la hierba tan alta que apenas sobresalen algo más de las cabezas de las manadas de ungulados. Además, está salpicada de encinas centenarias, que con su alimento y su sombra protectora le da un aspecto totalmente africano.

 Cuando llegamos, nos pusimos a recorrer los alrededores del parque impacientes por la espera de la visita con los experimentados guías del parque. Nos subimos a los altos de la sierra para oír y observar la berrea de los ciervos, y la utilización agrícola-ganadera en los límites del parque. En nuestro camino visitamos la cascada de “La Chorrera”, el embalse del Cíjara y tuvimos la agradable sorpresa de ver un saltamontes endémico, propio de una película de Spielberg, y un extenso campo del llamado falso azafrán, mientras que por encima de nuestras cabezas sobrevolaba un enorme buitre negro.

Al atardecer, empezamos nuestra visita del Parque. Después de que nos enseñaran un águila imperial en su posadero, nos adentramos en la raña. Los Ciervos, especialmente los grandes machos, en otras épocas huidizos y esquivos, ahora bajan de su escondite de los montes para dejarse ver majestuosos y desafiantes en el centro de la llanura como diciendo: “Aquí estoy yo”. Y realmente deben decir esto en su lenguaje de berridos, porque los otros machos acuden a la llamada y después de ver sus posibilidades se deciden a enfrentarse con sus enormes cornamentas para medir sus fuerzas o huir. Las hembras expectantes echan hacia atrás sus orejas entre asustadas y curiosas por el enorme grito lanzado al cielo del valle de los machos. Esperan a ver en qué acabará la cosa. Si bien es escalofriante el sonido de los berridos no es menos espectacular tener el privilegio de contemplar el lance de los machos.

Cae la tarde, los rayos de sol se filtran entre las nubes. Es el momento para el descaso de algunos, de los que tumbados apenas se ve su cornamenta sobresaliendo por los altos pastizales. La noche promete ser muy larga con sus combates.

Al día siguiente al amanecer se recortan las siluetas de los ciervos entre las encinas. Pudimos ver como algunas hembras se alimentan de las altas hojas de los árboles, llegando a estirarse todo lo largo que son, sobre sus dos patas traseras. Sorprendidas se detienen a vernos antes de emprender la huída. Contemplamos escenas curiosas, como una urraca a lomos de un ciervo, al que libra de sus parásitos a salvo de todo peligro.

Avanza la mañana y una tormenta que ha sobrepasado la serranía descarga toda su fuerza sobre la llanura. Nos hace imaginarnos como será la primavera en Cabañeros, toda llena de flores, y como serán las tormentas africanas en la sabana, mientras reparamos en una gran bandada de buitres posados en tierra aguantando el chaparrón.