Una familia muy rara.

En nuestra última sesión fotográfica con grullas (Grus grus) en la Laguna de Gallocanta, el pasado mes de febrero, tuvimos la oportunidad de ser testigos de un curioso caso con una familia de estas aves, que nos llamó mucho la atención, por lo singular de la situación, producida precisamente por unos animales que supuestamente son aves sociales y que viven en comunidad.

©Andrés López / countrysessions.org

El pasado mes de Febrero, pudimos realizar nuestra última sesión fotográfica con hide en el refugio de fauna de la Laguna de Gallocanta, en Teruel. En esta ocasión, compartí el pequeño habitáculo con mi buen amigo y gran fotógrafo Carlos Sánchez, y pudimos disfrutar de unos de nuestros mejores días con grullas, por la cantidad de ejemplares que tuvimos delante del objetivo durante la mayor parte de la jornada.

©Andrés López / countrysessions.org

Pero el día comenzó muy mal. Estos tres que os mostramos en la primera fotografía, son una familia de grullas, protagonistas de esta historia. El pollo, ya crecido, todavía no posee el plumaje de los adultos. A primera hora de la mañana, cuando comienza a sonar el algarabío de las grullas que están empezando a levantar el vuelo desde el interior de la laguna, y pasan los primeros bandos por encima de nuestro pequeño escondite, estos tres se posaron a unos cuantos metros del hide.

La cosa pintaba bien, pensamos. Si a primera hora ya empiezan a posarse grullas, es posible que tengamos una buena mañana, pues lo lógico es que estos tres sirvan de señuelo para otras.

©Andrés López / countrysessions.org

©Andrés López / countrysessions.org

Habíamos cebado la noche anterior con dos sacos de cebada el terreno delante de los hides, a distancia de 300 mm. Durante los anteriores cuatro o cinco días los guardas nos habían comentado que ningún fotógrafo que nos había precedido había cebado, no sabemos si el motivo era justificado o simplemente la crisis, que hace que hasta ahorremos en estas cosas. El caso es que la explanada estaba limpia de grano y pensamos que podía ser bueno para nosotros y que el grano que estábamos sembrando atraería a los animales.

Así que ahí estábamos Carlos y yo pasando un poco de frío en nuestro escondite y con nuestras primeras tres grullas todavía a una distancia considerable para hacer buenas fotos pero que poco a poco se iban acercando hacia nosotros.

En los dos hides a nuestra derecha se encontraban otros dos fotógrafos, uno de ellos Javier I. Sanchís, también fotógrafo de countrysessions.org, y ellos no tenían tanta suerte. Mientras que nosotros esperábamos ansiosos a que esta familia de grullas se acercase lo suficiente para comenzar a realizar nuestras primeras fotos, ellos no tenían ni una triste paloma con la que entretenerse.

Poco a poco fuimos adivinando la relación familiar que existía entre estos animales. Solemos tender a humanizar comportamientos animales cuando los observamos y nos recuerdan a nuestros propios comportamientos, y en este caso, Carlos y yo, tras un buen rato observando como se movía esta familia de grullas de un lado para otro, pudimos llegar a la conclusión que el pollo era un «niño mimado y consentido» Los dos adultos se afanaban en seguir el ritmo del joven que andurreaba de aquí para allá sin control, y los dos padres le seguían intentando estar lo más cerca posible de él. Era como si «el niño» hiciera lo que quisiera y los padres no pudieran hacer nada por controlarle.

©Andrés López / countrysessions.org

©Andrés López / countrysessions.org

Mientras tanto, ambos padres, y especialmente el macho, graznaba y trompeteaba constantemente. Nosotros pensamos que era buena cosa. Realizar esos cantos ayudaba a que otros bandos se fueran posando, y así comenzó a ocurrir. Empezaron a posarse pequeños grupos de cinco o más ejemplares en la misma zona, y nosotros empezamos a frotarnos las manos. Pero de pronto, los dos adultos de nuestra familia protagonista enseguida aceleraban el paso para aproximarse a los recién llegados, y entre graznidos comenzaban a intimidarlos, a presionarlos, e incluso a atacarlos.

©Andrés López / countrysessions.org

©Andrés López / countrysessions.org

©Andrés López / countrysessions.org

Al principio no fuimos conscientes de lo que estaba pasando. Ocurría y simplemente pensábamos que era normal. De hecho, era una pena que todo esto estuviera ocurriendo a una gran distancia sin posibilidades de hacer unos buenos planos de peleas. Pero cuando nuestros «macarras» ahuyentaban a un pequeño bando, llegaba otro y de nuevo los intimidaban y los agredían. Y así continuamente.

Mientras tanto, el pollo de nuestra familia iba a su bola. Seguía despegándose de sus padres, y estos se les notaba desesperados. Estaban en la encrucijada de, o custodiar a su «niñito» o perseguir a los intrusos. Hasta que decidieron que la hembra se quedase junto al pollo, mientras que el macho se dedicaba a ser «el matón de la explanada»

©Andrés López / countrysessions.org

©Andrés López / countrysessions.org

Por fin Carlos y yo nos dimos cuenta. Estos tres «insociables» nos estaban echando a perder la jornada fotográfica. No había forma de conseguir que un grupo de grullas se pusiera «a tiro» de nuestras cámaras, porque enseguida nuestros protagonistas entre chillidos, aleteos y carreras los echaban literalmente de la zona.

Y así fue pasando la mañana, nosotros desesperados ante el espectáculo que estabamos presenciando, mientras que otros grupos de grullas empezaban a comer grano delante de nuestros hides vecinos.

©Andrés López / countrysessions.org

©Andrés López / countrysessions.org

Llegamos a cabrearnos tanto que hubieramos sido capaces de salir a darles «dos ostias bien das» a esta familia de cafres. Entre risas (por no llorar) nos deciamos «estos tres son alemanes».

Casi rozando el medio día, y con cerca de mil o más grullas haciendo las delicias de nuestros fotógrafos vecinos, solo pudimos llegar a la conclusión que esta familia de alguna manera estaba especialmente sensibilizada con la protección de su polluelo, o quizás, ante la abundancia de grano en nuestro entorno inmediato, se habían autonombrado «dueños» de esa zona. Solo había una posibilidad de que se arreglase aquella situación y es que el más de millar de grullas que se encontraban a nuestra derecha, en los hides vecinos, comenzasen a desplazarse hacia nosotros lo que haría que estos adultos agresivos se vieran desbordados por la situación de tener que pelear con más de lo que podían dominar.

©Andrés López / countrysessions.org

©Andrés López / countrysessions.org

A partir del medio día la situación cambió poco a poco y nuestras esperanzas fueron materializándose. Efectivamente el gran bando de grullas aledañas, que cada vez se hacía más numeroso pues seguían llegando más, fue viniendo hacia nosotros y abandonando a nuestros fotógrafos vecinos. Y tal y como habíamos pensado, y aunque nuestros protagonistas seguían intentando intimidar a todo el que se acercaba con sus gritos y aleteos, por fin desistieron y se fueron volando. Era demasiado para ellos. Hasta entonces pequeños grupos de cuatro, cinco o seis grullas eran capaces de amedrentarlos, pero un ejército de grullas todas juntas, era demasiado.

©Andrés López / countrysessions.org

©Andrés López / countrysessions.org

A partir de ese momento, disfrutamos de lo lindo. De hecho, hasta bien entrada la tarde no paramos de hacer fotos. Ni siquiera nos acordamos de comer.

©Andrés López / countrysessions.org