15 años tras el rastro de la Luétiga (3ª parte)

Hoy publicamos la tercera y última entrega de esta serie de artículos de nuestro fotógrafo Andrés López, donde cuenta su obsesión a lo largo de los años por fotografiar lechuzas en la provincia de Segovia. En esta entrega, nos desvelará el desenlace de sus primeras sesiones fotográficas, y uno de sus resultados finales, hasta el momento.

He pasado malos ratos haciendo fotografías, pero nunca tan mal como aquella noche. Había dejado un equipo completo fotográfico con cámara, objetivo, flashes, cables sincro, barreras de infrarrojos, trípodes, soportes, etc… un «palo» para mi economía si resultaba que algún desalmado me «levantaba» el equipo. Toda la noche estuve muy inquieto, y con tentaciones cada dos por tres de levantarme de la cama y bajar hasta la nave para recoger los trastos… pero aguanté. Lo cierto es que no se si merecía la pena la foto, pero era la primera vez que hacía algo así y la experiencia bien valía esos nervíos que me corroían.

Cuando levantó el día ya estaba preparado para bajar. Ansioso por ver que había pasado. ¿Habría funcionado todo bien? Desayuné rapido y con las manos en los bolsillos bajé la calle dispuesto a saltar de nuevo la ventana. Cuando llegué al lugar, todo estaba como lo había dejado. La noche, los susurros, los paseos nocturnos de las lechuzas habían dejado paso a la mañana y la luz inundaba toda la nave.

Evidentemente, como todos podéis suponer, lo primero que hice fué dar al botón de play de la cámara para ver que había en la tarjeta.

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©Andrés López / countrysessions.org

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©Andrés López / countrysessions.org

Efectivamente, solo había las fotos de prueba de la tarde anterior. ¡¡Qué desilusión!! ¡ninguna lechuza! El sistema había fallado, debido a que había dejado la cámara configurada con el standby automático, y aunque el infrarrojos de la barrera se hubiera cortado, la cámara no hubiera disparado ni un solo fotograma. A pesar de haber comprobado todo durante la instalación, ese detalle se me escapó… Maldiciendo mi mala cabeza, y pensando en todos los momentos que podían haber pasado por aquel hueco durante la noche y que mi cámara fue testigo muda de todo ello, tome la decisión de volver a intentarlo de nuevo la noche siguiente.

Por la tarde ya estaba dentro de la nave de nuevo. Esta vez las lechuzas no salieron a mi encuentro. Permanecieron ocultas en algún hueco de los muros de piedra de la nave, y durante todo el rato que tardé en montar de nuevo todo el sistema, ni se movieron del sitio.

Repetí el encuadre, y esta vez me aseguré bien de no dejar la cámara en apagado automático. Volví a la calle sin hacer ruido y evitando que nadie me viera, y me dispuse a pasar el resto de la tarde, en el camino que se encuentra detrás de la nave, a cierta distancia. Si los flashes saltaban, lo vería perfectamente y podría entrar a comprobar las fotografías.

Pasaron las horas y fui observador de los vecinos del pueblo en su paseo rutinario de todas las tardes, cuando el fresco comienza a ser patente en el ambiente. Mientras que saludaba a unos y otros, que pasaban a mi lado, no quitaba ojo a la fachada de la nave, que en la distancia, y según bajaba el sol en el horizonte, se hacía cada vez más difícil de distinguir. Finalmente se oscureció todo. Muerto de frío, intentaba distraerme mirando las estrellas o fumando un cigarrillo, mientras que intentaba adivinar lo que parecía en la oscuridad el hueco maldito, y la zarza que lo jalona. Y de pronto ¡dos fogonazos! ¡y de nuevo otros dos! ¡Eureka, ya tenía algo! Ahora la duda era si sería mi esquiva lechuza, o algún murcielago travieso o paloma que le había dado por pasar por allí.

Decidí esperar un rato más. Total… ya tenía algo, y podía permitirme el lujo de esperar un rato más por si acaso. Además, ya había decidido recoger el equipo antes de irme a dormir. No estaba dispuesto a pasar una noche como la anterior, mi corazón no lo podría soportar… Así que, con la satisfacción de haber visto mis flashes disparar, me fuí a cenar tranquilamente. Volvería después a recoger.

Salté la ventana en la oscuridad de la noche. En mi cabeza el frontal encendido. Por una extraña razón, su luz me tranquilizaba en la oscuridad absoluta de aquella nave. Encendí el play de la cámara y comprobé que era lo que había hecho saltar los flashes…

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©Andrés López / countrysessions.org

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©Andrés López / countrysessions.org

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©Andrés López / countrysessions.org

Murcielagos orejudos, murcielagos ratoneros, y ¡por fin la lechuza!… Pero de nuevo mala suerte. La rapaz, posada en el borde de la puerta, y justo en el sentido contrario al que yo esperaba, se intuía en la foto como dispuesta a salir de la nave. Siempre había pensado la foto de entrada, con la lechuza de cara y volando hacia la cámara, y precisamente de nuevo había vuelto a fallar en mis pretensiones. Era evidente que si la lechuza se encontraba dentro de la nave cuando había montado el equipo, lo lógico es que en el momento de salir de la nave, la cogería de espaldas.

No tenía la foto deseada, pero ya tenía algo. Tenía la sensación de estar acercándome poco a poco a la imagen de mi cabeza, pero lo cierto es que  me estaba costando, y empecé a impacientarme. Preparar una sesión de este tipo no es nada fácil, ya que no conoces las intenciones de los animales de antemano. Tienes que probar y errar, y vuelta a empezar… hasta que coincidan muchas casualidades, en especial la que hace que el animal pase por donde tu quieres y de la manera que quieres. Muchas fotografías realizadas con esta técnica, tienen detrás muchas sesiones y mucho trabajo perdido, hasta que el fotógrafo consigue algo parecido a lo que imaginaba.

Así que no tiré la toalla, pero si decidí cambiar radicalmente de pretensiones. Estaba claro que si seguía con ese encuadre, y con esa difícil toma, podría pasar meses hasta que coincidiera la lechuza en vuelo accediendo por el hueco y de cara a la cámara. Dí un telefonazo a mi amigo y fotógrafo Armando Aguilera, también perteneciente a Country Sessions y especialista en barreras infrarrojos y le invité a echarme una mano en tan difícil campaña.

Con mi amigo Armando ya en Segovia, volvimos a la nave aquel día sobre las seis de la tarde. Al entrar nos volvieron a sorprender las rapaces. Se encontraban dentro y no tuvieron ningún reparo en sobrevolar por encima de nuestras cabezas un par de veces, antes de salir por el hueco de la puerta. Con ellas fuera, podíamos trabajar más tranquilos.

Armando traía más equipo y más herramientas. Estabamos dispuestos a conseguir una imagen espectacular, y para ello nos ibamos a servir de un cebo atractivo para nuestras lechuzas. Si queriamos fotografiar la lechuza donde queríamos, había que atraerla hacia allí, y la mejor manera era poniendo a «tiro» de sus garras un suculento cebo. Así, buscamos el encuadre ideal dentro de la nave, y armamos un «bodegón» con algunos útiles y objetos que encontramos en la nave: una alpaca de paja, unas sogas viejas, un pequeño azadón… de fondo el techo alto con vigas de madera de la nave. Ahora había que ajustar la barrera de infrarrojos a la distancia adecuada, las cámaras y los flashes.

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©Armando Aguilera / countrysessions.org

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©Armando Aguilera / countrysessions.org

La primera decisión que tienes que tomar es decidir que objetivo utilizar. Cuando miras por el visor y encuadras la escena, no eres consciente del tamaño de la lechuza dentro del fotográma, por lo que decidir entre un objetivo angular o gran angular es la primera de las discusiones. Finalmente decidí por un objetivo Tamron 11-18mm que me permitía abrir lo suficiente el encuadre para componer una escena con las vigas de madera en el techo. Después de haber instalado dos cámaras sincronizadas con la barrera, instalamos los flashes. En total 4 unidades sincronizadas por cable y dos más con células de simpatía para iluminar las vigas del techo. Y finalmente sujetar el cebo intentando que se mantuviera en el encuadre.

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©Armando Aguilera / countrysessions.org

Con todo ya preparado, hicimos unas pruebas de disparo, para comprobar que todo funcionaba, y que todos los flashes saltaban a la vez. Todo correcto… nos vamos. Habíamos empleado una media hora en instalar todo y las lechuzas no habían dado muestras de presencia en la nave. Así que nos fuimos tranquilamente de nuevo al camino posterior, para vigilar el resto de la tarde.

De nuevo tuvimos la oportunidad de ser testigos de los vecinos y su repetido y diario paseo al ocaso. De nuevo tuve que saludar educadamente a cada uno que pasaba, mientras Armando se dedicaba a vigilar la fachada de la nave. Casí ya cuando apenas había luz ambiente, y con bastante fresquito, por fin vimos entrar a las dos lechuzas de nuevo a la nave. Habían salido del edificio aledaño y entraron por el famoso hueco una detrás de la otra. Los dos emocionados con esta nueva experiencia, ahora ya solo estabamos comentando la posibilidad de que entrasen al cebo o no.

Pasó aproximadamente una hora desde que habíamos visto entrar a las dos luétigas. Armando fue a buscar su coche para resguardarnos en su interior, mientras que yo me quedé vigilando la oscuridad de la noche, por si saltaban los flashes. Una vez dentro del coche, estuvimos más o menos otra hora. Empezabamos a inquietarnos, y la paciencia empezaba a jugar en contra nuestra. Y justo cuando ya estabamos barajando la posibilidad de que quizás no consiguieramos hacer nada esa noche ¡¡flash!! ¡¡flash!! dos fogonazos iluminaron el interior de la nave.

Los dos nos miramos en el coche soltando una carcajada de la emoción. ¡Por fin! Nuestro plan había funcionado… o quizás no. Casi al mismo tiempo pensamos en la posibilidad de que de nuevo un murciélago hubiera hecho saltar el infrarrojos, por lo que decidimos esperar un rato más. Además, también podía haber sido la lechuza, pero cabía la remota posibilidad de que hubiera fallado el lance y volviera a intentarlo de nuevo, con lo que volvería a romper la oscuridad de la noche y de aquella mágica nave.

Esperamos un rato, pero no volvió a ocurrir nada, así que decidimos volver a la nave y recoger. Si había algo, bien, y si no, tendríamos que volver otro día. Saltamos la ventana con nuestros frontales encendidos. Yo iba delante y fui el primero en llegar al lugar donde se encontraba nuestro escenario. Lo primero que iluminé instintivamente fue al cebo. ¡¡¡OHH!! Allí estaba, tan campante… ni un rasguño, vivito y coleando. Me volví a mi compañero de sesión y le dije: «Armando, la hemos cagado» «creo que no tenemos nada porque nuestro amigo roedor está igual que le dejamos».

Me agaché hacia la cámara, casi al mismo tiempo que Armando. Y comprobamos el motivo de los fogonazos…

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©Andrés López / countrysessions.org

Datos de la fotografía:
Cámara Canon EOS 30D
Objetivo Tamron 11-18mm f4.5-5.6 Di-II SP
f/11, 1/250 s., ISO 100
Barrera de infrarrojos, 4 flashes, trípode.

¡¡Ahí estaba!! ¡¡Por fin inmortalizada en todo su esplendor y en una escena de caza!! Después de tanto trabajo fallido, y después de tantos días soñando con la luétiga, por fin podía dormir tranquilo. Y para colmo de suerte, nuestro roedor amigo estaba sano y salvo.

Recogimos y nos fuimos a casa a cenar, no sin antes, mirar unas veinte veces la pantalla de nuestras cámaras para comprobar que la foto era correcta, la iluminación, el foco… la teníamos. Dos imágenes que bien valían todo el esfuerzo.

Sigo trabajando en la imagen de mi cabeza. Ahora ya lo hago con la satisfacción de tener una buena fotografía de mis amigas las luétigas. No desisto de mi empeño y del encuadre difícil. Y espero conseguirlo. Aunque ahora ya estoy detrás de otro gran protagonista de la noche: el buho chico.

©Andrés López / countrysessions.org 

 

 


Articulo perteneciente a la serie
15 Años tras el rastro de la Luétiga
  1. 15 años tras el rastro de la Luétiga (1ª parte)
  2. 15 años tras el rastro de la Luétiga (2ª parte)
  3. 15 años tras el rastro de la Luétiga (3ª parte)