15 años tras el rastro de la Luétiga (2ª parte)

Hoy publicamos la segunda entrega de esta serie de artículos de nuestro fotógrafo Andrés López donde cuenta su obsesión a lo largo de los años por fotografiar lechuzas en la provincia de Segovia. En esta entrega, y tras narrar en el capítulo anterior sus primeros encuentros con las lechuzas, nos describe su encuentro con las lechuzas del pueblo quince años después.

Durante todos estos años de visitas ocasionales o de larga duración a la zona de Segovia donde suelo campear y fotografiar, mi fascinación por las rapaces nocturnas ha ido creciendo. Aunque esto ya lo había contado en la primera parte.

Desde el gran Buho real (del que estoy tras su pista desde hace años a raiz de unos comentarios de unos agricultores de la zona que me indicaron un lugar donde hay un nido, pero que todavía no he localizado) hasta el Buho chico (que también me he topado con él en varias ocasiones y ninguna de las veces con una cámara fotográfica a mano) pasando por el Mochuelo, Autillo, y por supuesto las lechuzas comunes y la campestre, siempre que he tenido oportunidad no he parado hasta conseguir una fotografía que me convenciera.

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Mochuelo común (Athene noctua) ©Andrés López / countrysessions.org

Así que cuando este año durante el verano volví a oir las lechuzas en la vieja nave agrícola, no me lo pensé dos veces.

El año anterior solo pude (por educación y timidez) disfrutar oyendolas por la noche tras la puerta metálica, pero este verano, cuando volví a escucharlas en el mismo sitio, a la misma hora y de alguna manera, confirmar que era un sitio ya permanente de las aves, hubo un detalle que me lanzó irremediablemente a la persecución de la fotografía de las lechuzas: una de las primeras noches que las oí, coincidió que llevaba una linterna en el bolsillo que había utilizado en el paseo nocturno con los enanos.

Al escuchar, al filo de las diez de la noche que las lechuzas se encontraban muy próximas a la puerta metálica que da a la calle, no pude contenerme e intenté con la linterna alumbrar, no con cierta dificultad, entre la rendija medio abierta entre las dos hojas. Las lechuzas no paraban de chirriar y ulular a pesar de que yo me encontraba justo al otro lado de la puerta por su lado exterior, y al alumbrar hacia el techo pude ver a través de la rendija como una de las rapaces volaba de inmediato por encima de las vigas y se posaba unos metros más allá.

Fue el detonante. Durante el año pasado no me había atrevido a pasar a la nave. Tenía diferentes posibilidades de acceso: varias ventanas con los cristales rotos y una puerta trasera que no había comprobado si estaba abierta o cerrada. Pero ver la lechuza volar por encima de las vigas al alumbrarla, me hizo despertar esa obsesión que tenemos todos los fotógrafos de naturaleza cuando descubrimos la posibilidad de hacer la «foto del año«.

Así que tomé la decisión. El actual propietario de la nave (familiar del antiguo ya fallecido) pasa por el pueblo muy de tarde en tarde, y era muy improbable que pudiera perdir permiso con el tiempo suficiente para poder intentar algo, por lo que tomé la decisión de «colarme» de la forma más «aseptica» posible, e intentar trabajar en el interior con las menores molestias posibles hacia las lechuzas y por supuesto para el contenido y enseres de la nave. Cuando haces algo así, tienes no solo que ser honrado, sino también parecerlo, y si mis incursiones clandestinas en la nave eran lo más transparentes posibles y secretas (dentro de lo posible) mejor para todos (especialmente para mi…)

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Vista del interior de la nave principal ©Andrés López / countrysessions.org

Al día siguiente me levanté temprano y muy nervioso. Había pasado una noche bastante mala, con un sueño ininterrumpido porque no paraba de pensar que me iba a encontrar dentro, y si mi «violación» de la tranquillidad que aquel sitio había tenido al menos durante los dos años anteriores (que yo supiera) iba a provocar que las rapaces desaparecieran.

Así que con todos estos pensamientos me dirigí hacia una de las ventanas de la nave que se encuentra accesible desde la calle. Está un poco alta, pero el muro de piedra deteriorado permite escalar facilmente apoyando los pies en las rendijas existentes. Tan solo me llevé una cámara compacta, una reflex Canon 10D con un objetivo 100-400mm y un frontal linterna. No sabía que me iba a encontrar ni que podía ocurrir con mi presencia, así que no quería perder la única posibilidad de fotografiar a las lechuzas si éstas se asustaban y no volvían más a la nave.

Quizás esto es un mal mensaje: efectivamente la mejor manera de que no abandonen el sitio es no molestarlas, y estoy de acuerdo. Pero al valorar la situación y los riesgos, también puse en la balanza la presencia habitual de las lechuzas durante muchos años al pueblo, y si por casualidad fuera yo el culpable de que abandonaran esta nave, era casi seguro que se meterían en cualquiera de las otras naves o desvanes abandonados  que se encuentran muy cerca. Por otro lado, sabía de buena tinta que el actual propietario a veces daba una vuelta por el pueblo, y por otro lado la nave estaba en venta y alguna que otra ocasión había visitas para enseñarla, por lo que mi visita al lugar no podía ser ni peor ni mejor que esas otras visitas. No obstante el truco residía, como casi siempre en estos temas, incidir en el lugar el menor tiempo posible, a ser posible sin hacer ruido y molestando lo mínimo imprescidible.

Al acceder por la ventana enseguida me percaté que había luz suficiente para no necesitar el frontal (algo que me alegró porque siempre una luz artificial es muy agresiva en un lugar como este). Caminé muy despacio, mirando para todos los sitios. La nave es una gran edificación con casi 6 o 7 metros de alto, con estructura metálica en una zona y en otra zona, estructura antigua de vigas de madera. Todo el recinto está lleno de cachivaches y aperos de labranza, maquinaria para la recogida del cereal, toda ella en deshuso y sucia, y sacos de grano y alpacas de paja por todos sitios.

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Vista del interior de la nave principal ©Andrés López / countrysessions.org

De pronto, multitud de palomas empezaron a volar aterrorizadas y saliendo por todos los huecos hacia el exterior con su rotundo aleteo, y yo me llevé un susto de muerte. Con la tensión que llevaba acumulada, de pronto el ruido de las palomas casi me provoca un infarto…

La nave principal se encuentra en un estado pésimo. De hecho la zona de la izquierda, con estructura de madera, se encuentra muy deteriorada y en cualquier momento se va a venir abajo debido a una de las vigas principales que se ha partido recientemente. Esta nave se une a otra más grande, dedicada en su momento a la cría de cerdos, a través de una pequeña estancia con otra puerta metálica que no cubre todo su hueco, y que da ya a la parte posterior de la calle y directamente al campo.

El año anterior, había visto algunas noches a las dos lechuzas volando en la noche y desaparacer por la parte de atrás de estos edificios. Así que cuando vi la puerta, que no llega hasta arriba, me di cuenta que era muy probable que fuera ese el hueco de acceso que usaban las lechuzas. Pero también vi, en esta pequeña estancia de comunicación, en las vigas del techo ¡las dos lechuzas! Ahí estaban… tranquilamente una junto a otra con los ojos cerrados. Duró poco la escena. Con el super-oido que tienen, enseguida despertaron y empezaron a sobrevolar mi cabeza pasando de una nave a la otra intentando posarse en alguna viga. Es increible lo silenciosas que son, nada que ver con las palomas. No en vano es su mayor estrategia de caza: el vuelo silencioso propiciado por la especial estructura de sus plumas. Finalmente las dos salieron por el hueco superior de la puerta y vi como se metían en la nave de al lado, también cerrada y abandonada.

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Nave trasera dedicada a la cría de cerdos ©Andrés López / countrysessions.org

Por fin, después de tantos años, volvía a encontrarme cara a cara con estas nocturnas misteriosas. Esos segundos volando sobre mi cabeza fueron especiales. La verdad es que siempre tengo las mismas sensaciones cuando me encuentro con animales salvajes a esas pequeñas distancias, aunque sea un simple zorro, o un erizo.

Rápidamente me puse, ya sin la presión inicial, y con las lechuzas fuera, a escrudiñar el lugar. Enseguida encontré las pistas de lo que se notaba como una larga estancia de las lechuzas en  aquel lugar: posaderos, acumulación de egragópilas en diferentes rincones… estaba claro: llevaban mucho tiempo viviendo allí. También encontré mucho plumón en otro rincón, junto a la famosa puerta metálica de la calle, y una repisa inaccesible en lo más alto de esa pared, por lo que es muy probable que el lugar haya sido un nido, algo que me ilusionó especialmente, porque a lo largo de todos estos meses próximos, puedo tener la oportunidad de trabajar mucho más a fondo a estos animales.

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Acumulación de egagrópilas en el suelo
©Andrés López / countrysessions.org

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Acumulación de egagrópilas en el suelo
©Andrés López / countrysessions.org

Como había entrado esta primera vez sin equipo, después de investigar todo y empezar a planear las fotos que haría por la noche, me dispuse a salir del recinto, evitando en lo posible que nadie en el exterior me viera salir por la ventana. Esta primera incursión no duró más de 10 minutos.

El plan era sencillo. Estaba convencido que las lechuzas estaban saliendo y entrando por el hueco que dejaba la puerta trasera de la nave, así que era tan sencillo (y tan difícil) como instalar una barrera de infrarrojos conectada a una cámara y algunos flashes. Ahora bien, el truco era ¿cuando hacerlo? las lechuzas habían salido de la nave al verme, y ahora la preocupación pasaba por la duda de si volverían al lugar más tarde, o no.

Ya por la tarde, sobre las 18,00h, volví de nuevo al lugar con todo el equipo necesario. De nuevo me colé por la ventana, esta vez con algo más de dificultad por tener que entrar con todos los bultos. Una vez dentro, de nuevo me salió una de las lechuzas volando y se posó en la nave de los cerdos y allí se quedó. ¡Otra duda despejada! los animales parece que tienen querencia por el lugar, y vuelven si no se les molesta en exceso. Allí permaneció durante un buen rato, hasta que salió finalmente por una pequeña ventanita volviendo a meterse en la nave colindante al igual que por la mañana. Así que me dispuse a montar la barrera y demás trastos.

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Hueco por el que salen y entran las lechuzas
©Andrés López / countrysessions.org

Lo primero era instalar la barrera de infrarrojos. Tengo una con bastantes años, de la marca JAMA, consistente en emisor y receptor, algo prehistórico comparado con las que actualmente hay en el mercado de solo un aparato. No obstante funciona bastante bien dentro de lo que cabe. Pero pronto descubriría algunas carencias que hasta entonces no había reparado en ellas.

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El hueco debe tener unos 2,5 m de longitud, pero el espacio disponible es algo menor ya que una zarza del exterior en el lado izquierdo impide el acceso por esa zona, con lo que, para mi suerte, el hueco útil para el paso de los animales se reducía un poco. Instalé el emisor y el receptor con unas presillas de la marca Jessop y dispuse una cámara EOS 10D con un objetivo Canon 17-40mm (enfocado en manual) sobre un trípode. Para la iluminación, tan solo tenía dos flashes, un 54Mz de Metz y otro auxiliar de baja calidad antiguo, pero que me sirve a menudo para iluminación de fondos. El primero lo dispuse en la zapata de la cámara en modo manual a 1/4 de potencia y el segundo lo coloqué colgado de una pared a la derecha de la toma con una célula de simpatía y un reflector de tela para conseguir una iluminación más suave. Lo ideal para una sesión así, son tres flashes como mínimo, con el fin de evitar sombras indeseables, pero era lo que había, así que me las apañé para que el segundo flash de relleno diera las menores sombras posibles.

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Receptor de la barrera instalado ©Andrés López / countrysessions.org

Con todo instalado, empecé a comprobar encuadres a través de la cámara. La verdad es que el escenario no es muy fotogénico, pero después de tantos años esperando esto, no iba a ser «tiquismiquis» con el lugar. Además, si la foto que tenía en la cabeza salía, no importaba mucho el escenario, porque apenas saldría. Una de las cosas que más me preocupaba era la profundidad de campo, porque no deseaba que saliera mucho del entorno, ni que se iluminase mucho la puerta metálica, pero por otro lado, me daba miedo no cerrar lo suficiente y si tenía la suerte de que entrase la lechuza, saliera desenfocada parcial o totalmente. Así que puse un f/10 y la velocidad de sincronización de la cámara del flash que es 1/200 seg.

Finalmente, empecé a realizar diversas pruebas para comprobar que todo funcionaba. El hueco que estaba cubriendo con la barrera era muy largo y si quería cubrir todo ese espacio, debía encuadrar abriendo mucho el objetivo, y esto iba en contra de la toma que quería, donde pretendía cerrar encuadre para conseguir el animal con un fondo nocturno en negro. Pero no había otra opción: abrí el angular y me dispuse a cubrir todo el hueco. Prefería una toma muy abierta pero asegurar la lechuza entrando en vuelo por aquel hueco, y que mi cámara lo captase.

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Vista general de todo el equipo. Al fondo se aprecia el emisor y receptor de la barrera
©Andrés López / countrysessions.org

La barrera JAMA dispone de varias configuraciones, en función del animal que quieres fotografiar. En mi caso elegí la posición «aves» y en el emisor decidí poner el selector del haz infrarrojo en la opción más ancha, por aquello de cubrir más espacio del hueco.

Con todo probado, me fui de la nave sobre las 18,30h. Había empleado apenas media hora en montar todo y probarlo. Estuve toda la tarde merodeando por la zona, y controlando que nadie me robase. Aunque en el pueblo apenas hay gente, siempre está la posibilidad de que alguien te haya visto entrar y salir, y «limpiarte» el equipo sin que te des cuenta.

Pasaron las horas, y fue cayendo el sol, hasta hacerse la noche, pero allí no pasaba nada. Dos flashes sincronizados en aquella oscuridad tenían que verse perfectamente, y seguía sin ver los «fogonazos«. Decidí irme a casa a cenar (unos pocos metros más allá de la calle donde se encuentra la nave) y dejar que aquello trabajase solo. Al rato, nervioso, volvía a salir y bajé hasta el fondo de la calle con la escusa de tirar la bolsa de la basura. Seguía sin ver nada, pero las lechuzas, como cada noche de ese verano, estaban siseando en el interior… ¡habían vuelto y si habían entrado por el hueco, seguramente ya habría saltado el sistema fotográfico mientras me ausenté!.

Me fuí de paseo como todas las noches con los amigos y los críos… y volví sobre las doce de la noche, y ya no se oían las lechuzas. También como cada noche ya habían salido de la casa para dedicarse a la caza. Entonces pensé que si habían salido, volverían en algún momento de la noche, y decidí sobre la marcha dejar todo el sistema durante la noche. Así que me fui a casa con la familia a dormir y la dejé toda la noche.

¿Que me depararía aquella noche? Los pensamientos y la imaginación volvieron de nuevo a invadir mi mente y toda la noche estuve pensando en mi pobre equipo en la oscuridad, en los «cacos«, en las lechuzas entrando y saliendo con ratones en las garras por aquel hueco de la puerta, en las fotografías maravillosas que podía haber ya en mi tarjeta CF…

©Andrés López / countrysessions.org

En la próxima entrega, el autor nos contará sus primeros resultados fotográficos de esta aventura fotográfica, y como llegó a conseguir las primeras imágenes de lechuza.


Articulo perteneciente a la serie
15 Años tras el rastro de la Luétiga
  1. 15 años tras el rastro de la Luétiga (1ª parte)
  2. 15 años tras el rastro de la Luétiga (2ª parte)
  3. 15 años tras el rastro de la Luétiga (3ª parte)