Hoy visitamos una aldea de Sibiu, pero como estamos en Navidad nos detendremos solamente en una familia y dejaremos el resto de la gente y sus campos para otro reportaje.
Hoy anticipándonos al Día de los Santos Inocentes que cae en sábado y no solemos publicar reportajes en fin de semana, queremos reivindicar todas aquellas situaciones en que los niños son explotados económicamente, sexualmente, obligados a ejercer de niños soldado o simplemente condenados a morir de hambre o como “efectos colaterales” de las guerras, fijándonos en una familia.
Estábamos paseando por la campiña de Sibiu y entramos en una aldea agrícola. Como siempre, lo primero que nos llama la atención es la amabilidad de sus habitantes. La primera que sale a recibirnos es una abuela, luego sabremos que ya pasa de los setenta años, y nos impresiona su sabiduría de la vida y su buen humor. La dureza de las condiciones en que vive en el campo y la del clima no han agriado su carácter. Es una pena que por las limitaciones de la cantidad de fotos del formato del blog no podamos reflejar la expresividad de su rostro. A modo de ejmplo nos quedamos con esta imagen y la fueza de su mirada.
Ella ha sabido transmitir esta sonrisa al resto de su familia, como vemos en su nieto, que a pesar de su corta edad ya ejerce como pastor,
en su hija y en el resto de sus nietos que con su sentido espíritu hospitalario nos ofrecerán todo tipo de frutas del campo que están recolectando y nosotros trataremos de corresponderles torpemente con algunas golosinas que llevábamos encima para reponer fuerzas durante la caminata.
La mujer según estamos hablando no para de tejer unos calcetines de pura lana que luego nos comentará que se los piden para exportarlos a países ricos como Alemania.
El más pequeño es todavía un poco tímido ante los extraños, pero con la habilidad de nuestras acompañantes enseguida sonríe y consiguen que se pongan a jugar con ellas.
Del marido no sabemos nada, suponemos que está trabajando en el campo recogiendo la cosecha o lo mismo está de emigrante en cualquier zona, porque la abuela recibe una llamada al móvil, por supuesto nada que ver con los móviles de última generación, y cuando se da la vuelta para hablar con un poco de intimidad, nos damos cuenta que su camisa al igual que la historia del hombre feliz se encuentra remendada.
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Texto y fotografías: © Pablo Torras/www.countrysessions.org
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